jueves, 4 de febrero de 2016

Sevilla mi amor

Dicen que quien no ha visto Sevilla no ha visto maravilla. También canta la canción que Sevilla tiene un color especial. Tras mi paso por la capital andaluza, yo no diría ni una cosa ni la otra. Sencillamente no diría nada porque me quedé tan absolutamente enamorado de la ciudad que no había forma de que de mi boca saliera nada ni de que por mi cabeza pasaran calificativos ante lo gratamente sorprendido que me había quedado. Tan sólo pensaba en encontrar un trabajo allí y trasladarme a vivir a Sevilla.


Mi paso por Sevilla fue raudo, veloz, pero lo suficientemente enriquecedor como para prometerme a mí mismo que en cuanto pudiera, volvería para terminar de ver una ciudad de la que, aunque se habla muchísimo y se cuentan maravillas, nadie puede transmitir con palabras la sensación que se percibe paseando por las calles del barrio de Santa Cruz, sin duda el más bonito y visitado de la ciudad.

Al ser domingo del mes de julio, no tuve ningún problema para dejar el coche en una de las pocas calles no peatonales que quedan en la zona. Lo primero que hice, ir a tomar una cervecita para comenzar con energía mi paseo por una de las ciudades más importantes de la mitad sur de la península. No hay nada como entrar en un bar de cualquier localidad de Andalucía para comprobar esa alegría y buen humor que llevan insertado en su personalidad. No sé si será por mi procedencia norteña o por mi propio carácter, pero ese salero andaluz me resulta chocante y, a menudo, muy gratificante.

Torre del Oro y Giralda


La primera visita, a orillas del Guadalquivir, la Torre del Oro. Esta quizá haya sido mi única decepción de Sevilla. Y es que yo me imaginaba esta edificación mucho más grande. No deja de ser una pequeña torreta que antaño marcaba la entrada a la ciudad. Su importancia debe venir de su antigüedad, ya que data de 1221.

Desde aquí mismo se divisa la punta de la cercana Giralda. Este minarete sí que impresiona. Es realmente alta a pesar de estar junto a la catedral más grande de la cristiandad. De hecho la Giralda fue en su día la torre más alta del mundo, con sus casi cien metros de altura. Claro que debía ser allá por el siglo XII, cuando fue construida. Y desde aquí se presenta ante nosotros todo un espectáculo llamado barrio de Santa Cruz.

Merece la pena dedicar un buen rato a pasear por sus calles, sin ningún rumbo fijo, simplemente caminar, disfrutar de sus magníficos palacios, sus estrechas calles que otorgan una sombra muy agradecida en los meses de verano. Sólo en el centro histórico de Sevilla, que lo conforman los anexos barrios de Santa Cruz, La Macarena y El Arenal se agolpan casi 60 monumentos que merecen la pena ser visitados.


Santa Cruz y Plaza de España


Pero si el visitante, como era mi caso, no dispone de tanto tiempo, basta un paseo por esas calles para sentirse tranquilo, relajado, disfrutando como lo harían en su día los grandes pintores de la Escuela de Sevilla del Siglo de Oro, como Velázquez, Zurbarán o Murillo. Eso sí, imprescindible, esencial y obligatorio encaminar los pasos hacia la derecha camino de los Jardines de los Reales Alcázares y, sobre todo, la Plaza de España. Si bien es cierto que no es demasiado antigua, se construyó para la Exposición Iberoamericana de 1929 (no hay errata, todavía no ha cumplido los 80 años), para mi gusto se trata de una de las joyas de Sevilla. Qué cosa más bonita. En ella están representadas todas las provincias españolas y en lo que se pasea por los 200 metros que tiene de diámetro, se puede buscar la provincia de cada uno para hacerse la típica foto. Sí, será un tópico, pero seguro que todo aquel visitante que se acerca termina haciéndosela.

Y justo enfrente, el parque de Maria Luisa. Cuando yo estuve allí se encontraba repleto de obras, pero a pesar de todo, resultaba muy agradable caminar por él, disfrutar nuevamente de las sombras, sentarse en cualquiera de sus bancos para contemplar a los visitantes y a los pocos sevillanos que se quedan en la ciudad un domingo de julio.

Un nuevo paseo por toda esta zona para contemplar la antigua fábrica de tabacos (hoy Universidad de Sevilla), el teatro Lope de Vega, cualquiera de las numerosas iglesias y palacios que abundan en la zona para terminar nuevamente en la orilla del Guadalquivir frente a la plaza de toros de la Maestranza, precioso edificio en blanco y amarillo. De ahí nuevamente a refrescarse con un refresco u otra cervecita y disfrutar en cualquiera de las numerosas terrazas existentes en la zona para ir asimilando tanta belleza en un solo paseo.

Si con algo me quedo de Sevilla es que a pesar de los casi 40 grados de temperatura que había cuando estuve allí, no podía para de caminar, de pasear, de admirar. Era como una droga que me decía: tienes que ver más, no te puedes perder tanta maravilla por un simple día de calor. En cuanto pueda, me vuelvo a escapar a Sevilla.

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